El Alma Humana

Por John Nash

[Publicado en The Beacon, 2003]

  «Muchas personas, tras haber experimentado alguna vez la iluminación, cierto desenvolvimiento, elevación y beatitud, se han convencido de la existencia de un nivel de conciencia tan alejado de lo común que los lleva a un nuevo estado del ser y a un nuevo nivel de conciencia.». . ( Tratado sobre Magia Blanca)

La conciencia y la construcción de formas

«El alma», nos dice El Tibetano, «es esa entidad que viene a la existencia cuando los aspectos espíritu y materia se relacionan mutuamente.» 1 Es una expresión del segundo aspecto de la Deidad, el principio mediador entre el espíritu y la materia, el aspecto constructor de formas de ese asombroso proceso a través del cual el Logos desciende a la manifestación. Aprendemos que «en todo el universo, el alma es el sensible y consciente tema del plan divino…». 2 Todo tiene un alma, desde una roca, un árbol, un caballo y un ser humano, hasta un planeta y más allá. En el nivel más rudimentario del reino mineral, el alma es «el factor sensible en la sustancia misma» y en los reinos superiores ella expresa la conciencia, así como normalmente más la comprendemos.

El alma da a la forma sus características especiales, para que de este modo, por ejemplo, el árbol sea diferente de la piedra y del caballo y el roble lo sea del olmo. El alma del árbol asegura que la semilla se desarrolle en un brote, un retoño y en un árbol maduro que sea capaz de reproducirse; asegura que la raíz del árbol penetre en el suelo y que sus ramas lleguen hasta el cielo, dando hojas y frutos. En cada reino, el alma:

  «… trae forma a la existencia; le permite desarrollarse y crecer a fin de albergar más adecuadamente la vida inmanente; empuja hacia delante a todas las criaturas de Dios en el sendero de la evolución, a través de un reino tras otro, hacia una meta final y una gloriosa consumación.» 3

Hablamos de las almas minerales, las almas vegetales y las almas animales, que son responsables de construir las formas de sus respectivos reinos, otorgándoles la conciencia sensible y confiriéndoles «esa facultad innata en todas las formas… que produce la innegable actividad inteligente que todas manifiestan». 4 Estas almas no están individualizadas y forman parte del alma colectiva mayor que anima al planeta, «… el ánima mundi o el alma del mundo, el aspecto subjetivo de todas las formas en los tres mundos, de todos los cuerpos en los cuatro reinos de la naturaleza». 5 Los «tres mundos» son los planos físico, emocional y mental, los planos de la existencia objetiva terrenal.

Como seres humanos en encarnación física, con los reinos inferiores compartimos las formas y las almas asociadas con estas formas. También tenemos, in potentia o en realidad, aquellas almas humanas cuya misión es construir formas más especializadas, necesarias para nutrir la vida que mora en nosotros, para aportarnos nuestras cualidades peculiares y para conducirnos adelante, a lo largo de nuestro propio sendero de evolución. Estas almas humanas son de un orden más elevado que de sus equivalentes inferiores, debido a la relación especial existente entre la Mónada humana y sus formas.

La individualización no solo apartó la experiencia de la evolución humana de la experiencia de los reinos inferiores, sino que también condicionó la naturaleza, el papel y los objetivos del alma humana. Mientras el alma mineral, vegetal o animal es un principio indiferenciado de construcción de formas, el alma humana es diferenciada y tiene el potencial de existencia autónoma, como entidad, que expresa no solo conciencia, sino autoconciencia.

El alma humana permite a la humanidad expresar el principio de manas, o mente; y vemos el florecimiento de este principio cuando el alma se acerca a la madurez. El alma se convierte en el «Pensador», el «Hijo de la Mente», que media entre la mente inferior de la personalidad y la mente superior de la Tríada Espiritual. La mente, «el gran factor de división», se transmuta en la personificación de la Unidad y el Amor. Pero, la maduración del alma es el producto final de un largo proceso de evolución. Tenemos que rastrear este proceso evolutivo para ver de dónde proviene el alma y qué estimula su desarrollo.

El alma humana embrionaria

El alma humana fue el producto de la individualización monádica; pero no nació totalmente formada y operativa en el instante de la individualización. Manas, el mismo factor que distinguiría al hombre de los animales, fue desarrollándose con mucha lentitud. De hecho, fue el inesperado —y hasta decepcionante— lento desarrollo de la mente lo que hizo que el Logos Planetario solicitara la ayuda de los Ángeles Solares durante la tercera raza raíz para que vivificaran a la humanidad infantil. El Ángel Solar es conocido en diversas tradiciones ocultas como el Alma o Ego (ambos escritos con mayúscula), el Ángel de la Presencia, el Sagrado Ángel de la Guarda, Genio Superior o Manasaputra. De la naturaleza y papel del Ángel Solar se tratan en otro artículo. 6

En la época lemuriana, el alma humana existía sólo en estado latente, y los Ángeles Solares fueron traídos como sustitutos para realizar las funciones constructoras de formas necesarias. Durante millones de años, los Ángeles orquestaron la larga secuencia de encarnaciones de los individuos que estaban bajo su cargo, prestando atención a las restricciones kármicas, a las necesidades evolutivas y a los lazos significativos de relaciones que se hubiesen establecido.

Mientras tanto, el alma animal continuó ejerciendo un papel dominante y las formas humanas se parecían a las del tercer reino, tanto en apariencia como en capacidad. El hombre se había individualizado, pero fue muy lento para manifestar las características que lo distinguirían tanto de sus animales antepasados como de sus semejantes. Incluso en los tiempos atlante, El Tibetano nos dice:

  «El alma no estaba entonces tan individualizada como lo está ahora. Controlaba el alma animal; en consecuencia, lograr el contacto pleno con el ánima mundi era el factor dominante. Con el transcurso del tiempo, el alma fue individualizándose más en cada ser humano y haciéndose más separatista, a medida que predominaba el aspecto mente.» 7

Las encarnaciones sucesivas proporcionaron las experiencias necesarias de aprendizaje para el desarrollo gradual de manas y para la concomitante expansión de conciencia. Sin embargo, no había continuidad de conciencia de una encarnación a la siguiente; y esto presentaba un problema: ¿Dónde podrían almacenarse las experiencias acumuladas de las sucesivas encarnaciones? Este problema no existía en los reinos inferiores porque la pluralidad de formas físicas engendradas por una simple Mónada aseguraba que el enlace entre el espíritu y la materia permaneciera intacto. Cuando un miembro de la especie moría, su experiencia pasaba al alma grupal para influenciar a los miembros futuros. Pero, con solo una forma humana manifestándose a la vez y la Mónada aún sin despertar, todo podía perderse cuando la forma muriera.

La solución para el hombre individualizado se hallaba en los átomos permanentes, los pequeños centros de fuerza, «ensartados como perlas en el sutratma o hilo» 8, incorporados al cuerpo causal. Todas las formas debajo del cuerpo causal, que se hallan en el tercer subplano mental (contando desde arriba), son destruidas al terminar la encarnación. Pero las experiencias de la vida individual en los tres mundos son destiladas en los átomos permanentes físico y astral, que están en sus respectivos primeros subplanos, y en la unidad mental, que está en el cuarto subplano. El cuerpo causal y sus tres centros de fuerza sobreviven a la muerte física; y los centros sirven como núcleos alrededor de los cuales pueden construirse los nuevos vehículos, físico, astral y mental, al comienzo de la siguiente encarnación. En torno a la unidad mental, un alma humana también tomará forma; pero antes de que esto pueda ocurrir, el individuo debe desarrollar una bien definida personalidad y elevar su vibración a un nivel apropiado.

Alma y personalidad

El término ‘personalidad’ deriva de la palabra latina persona: la máscara que identificaba el papel de un actor en una obra. Consecuentemente, nuestra personalidad muestra al mundo quienes somos o queremos ser, o posiblemente lo que los otros quieren que fuéramos. La personalidad abarca actitudes, caracteres, conductas e interacciones con los demás y nos da las características distintivas, más allá de las puramente físicas. La personalidad se desarrolla durante la infancia y en los primeros años de la edad adulta; luego, en individuos «normales», ella permanece bastante estable hasta la vejez.

En esencia, la personalidad es una forma mental que eclipsa a los tres vehículos inferiores. Sirve como principio organizador, integra los datos sensoriales de los vehículos inferiores, dándonos de este modo una coherencia de la conciencia y una relativa estabilidad de la identidad. La personalidad emerge tan pronto como la mente inferior despierta y alcanza un cierto grado de control sobre las naturalezas física y emocional.

Desafortunadamente, un grado de control mental apropiado para organizar la personalidad puede no ser suficiente para darle un enfoque mental efectivo; esta es la razón por la que muchas personas con personalidad fuerte están enfocadas física o emocionalmente. Sin embargo, a medida que el control se fortalece, el foco de la conciencia se eleva al nivel mental.

El impulso ascendente de la personalidad, con respecto a la conciencia, puede aumentar con el tiempo, pero está intrínsecamente limitada. La conciencia no puede elevarse por encima de la unidad mental; consecuentemente, no puede sobrevivir al retiro de la fuerza vital de los vehículos inferiores en la muerte física. Por instinto, la personalidad también está centrada en sí misma y tiende a separarse de los demás; sus preocupaciones tienen que ver con su yo, o en el mejor de los casos, con la familia o con el grupo social inmediato con el que el individuo se identifica.

Esta situación cambia cuando la personalidad comienza a responder a la llamada del Ángel Solar. Al principio, la respuesta puede estar por debajo del umbral de la conciencia del individuo, manifestándose solo como descontento: una sensación generalizada de que «algo falta» en la vida. El psicoterapeuta Thomas Moore enumera los síntomas típicos, tales como el sentimiento de vacío, la falta de sentido, la depresión, la desilusión, la pérdida de valores, el anhelo de realización y la sed de espiritualidad. 9

Después de un periodo de «búsqueda de su propia alma», literalmente hablando, el individuo comienza a ver un nuevo sentido o propósito en la vida y experimenta una especie de renovación espiritual. Puede desarrollar el deseo de autosuperación y/o un nuevo aprecio por la estética o el altruismo. El individuo puede perseguir con gran pasión esos ideales, probablemente expresándolos a través de sus vehículos inferiores; por ejemplo, la autosuperación puede ser expresada a través del entrenamiento en el gimnasio o el impulso espiritual a través de la emocionalidad religiosa. Pero existirá una creciente concienciación de que su punto de origen está en otra parte, en algún nivel más elevado o más profundo. El individuo puede desarrollar un nuevo sentido de la inmortalidad: la convicción de que algo sobrevive después de la muerte, más allá de los recuerdos y logros y más allá de los tradicionales cielo o infierno. También puede existir un sentido de que una parte de la entidad humana existía antes del nacimiento.

Estos diversos indicios señalan la emergencia del alma humana, y la creciente concienciación de su existencia puede evocar una gran alegría. Kahlil Gibran lo expresa muy bien de la siguiente manera:

  «Antes de que mi alma se convirtiera en mi consejera, yo estaba muerto, apenas oyendo, reflejando solo el tumulto y los llantos. Pero ahora puedo escuchar el silencio con serenidad y puedo escuchar en el silencio los himnos de las edades, cantado en exaltación al cielo y revelando los secretos de la eternidad.» 10

El alma humana se desarrolla como resultado de las propias elecciones individuales —una consideración que proporciona un ejemplo notable del control de la humanidad sobre su propia evolución—. El alma puede desarrollarse en la medida en que las prioridades del individuo se desplazan de su naturaleza inferior separadora y sus necesidades hacia la naturaleza superior y hacia una gama más amplia de necesidades: las de la comunidad, de la nación e incluso de la humanidad como un todo. Los asuntos de interés pueden extenderse al ambiente natural y, eventualmente, a la totalidad de la Vida.

El desarrollo de la conciencia de grupo es, quizás, el factor más importante que permite que aflore la conciencia del alma humana. La larga fase de individualismo separatista puede haber retrasado la manifestación del alma, pero eso ha creado la tensión necesaria para ello; y, al final, cuando la conciencia de grupo llega a echar raíces, el alma se desarrolla con relativa rapidez.

Al igual que la personalidad, el alma humana es fundamentalmente una forma de pensamiento que emerge del propio ser de la persona, aunque, en este caso, no es creada solo, o incluso principalmente, por el yo inferior. Una vez más, así como la personalidad, el alma eclipsa a sus vehículos y evoluciona como un principio organizador que produce cohesión de la conciencia y la identidad. Pero, mientras la personalidad está enfocada en sus propios intereses mezquinos, está limitada a los subplanos mentales inferiores y a una sola encarnación, el alma humana es consciente del grupo, tiene mayor alcance y poder, y dentro de un considerable lapso de tiempo, ella es eterna. Mientras que la personalidad tiene un lado luminoso y uno oscuro, el alma es un ser de luz.

El afloramiento del alma humana está acompañado de cambios en los átomos permanentes. A medida que la conciencia se despierta en cada plano, el átomo permanente correspondiente comienza a irradiar luz —la luz que ha permanecido en estado latente desde el descenso primigenio de la chispa Monádica a la materia—. Primero comienza a irradiar el átomo físico, luego el átomo astral y finalmente la unidad mental en el cuarto subplano del plano mental. La luz irradiante atrae materia de vibración más elevada hacia cada átomo permanente, refinando de este modo los vehículos y haciéndolos más receptivos a la conciencia superior. La luz de la unidad mental también atrae chitta, o material mental, de la que está construida el alma humana.

El alma humana emerge como resultado de las decisiones que se han tomado en el nivel de la personalidad, en respuesta a la llamada del Ángel Solar. Pero, a su vez el alma emergente procura ejercer su función constructora de formas, rehaciendo la personalidad. La personalidad se vuelve más diferenciada, más vital y más capaz de cumplir su misión en los tres mundos. A medida que el alma humana emerge, el servicio deja de ser una obligación molesta y se convierte en una actividad innata:

  «Servir es una manifestación de la vida. Es un anhelo del alma y es tanto un impulso evolutivo de ésta como el instinto de autopreservación o la reproducción de la especie es la demostración del alma animal. Este es un enunciado de gran importancia. Es un instinto del alma, si podemos emplear una expresión tan inadecuada y, por lo tanto, innato y peculiar a su desarrollo. Constituye su característica sobresaliente así como el deseo es la característica sobresaliente de la naturaleza inferior.» 11

Por consiguiente, se establece una estrecha relación entre el alma humana y la personalidad; y en este caso, hablamos de la «personalidad fusionada con el alma» o una «fusión alma-personalidad». Ambas se refieren a la afluencia de energías más elevadas y de impresiones superiores a la personalidad, se refieren a la transformación que ocurre paralelamente en la conciencia y la conducta. La personalidad se purifica y se fortalece simultáneamente. Dicho esto con palabras de El Tibetano:

  «… la personalidad fusionada con el alma… recrea entonces su medio ambiente y colabora conscientemente en el trabajo creador de la Jerarquía.» 12

Esta cooperación podrá extenderse hasta llegar a participar en el trabajo del ashram de un Maestro. La intensidad y calidad de la luz que el discípulo irradia proporcionan pistas importantes que indican si éste está preparado para el trabajo ashrámico.

La construcción del antahkarana

En estrecha relación con el afloramiento del alma humana está la construcción del antahkarana, o «hilo de conciencia», que extiende el puente sobre el abismo que hay entre los subplanos cuarto y tercero del plano mental. El antahkarana, también construido de chitta, es la escalera que permite al alma humana acceder a los tramos superiores del plano mental. Torkum Saraydarian va tan lejos como para afirmar lo siguiente: «En un sentido, el antahkarana es el alma humana en evolución» [Cursivas añadidas]. 13

Con la expansión ascendente de la conciencia, el individuo vislumbra la belleza y la alegría de los reinos superiores. Se pone en contacto con los miembros de la Jerarquía y del reino angélico y la Voluntad, el Amor y la Inteligencia que ellos expresan le inspiran reverencia. A su vez, la persona puede sentir la necesidad de reproducir estas experiencias en los planos inferiores, mediante la creación de la armonía, la belleza y el valor en la vida diaria. Puede sentir la inspiración de crear obras de arte, realizar descubrimientos científicos, fundar organizaciones o embarcarse en una vida de servicio. Bañada por la luz y el amor de lo alto, la personalidad irradia estas cualidades al mundo.

La expansión de la conciencia, lograda gracias a la construcción del antahkarana, no significa que el individuo sea consciente al mismo tiempo en cada subplano mental; más bien significa que puede enfocar su conciencia en cualquier nivel deseado. Lo que cabe destacar aquí es que la persona puede observar la vida, en el nivel de la personalidad, desde un punto de vista superior, por lo tanto, ventajoso. Adquirir esta nueva perspectiva conduce inevitablemente a cambios en los valores; el individuo se da cuenta de que el yo superior es más real, más permanente y de mucho más valor que el inferior.

No es de sorprender que tal reevaluación pueda causar conflicto, puesto que el yo inferior se rebela contra el hecho de perder su prioridad. Pero, con el tiempo surge un sentido del desapego; va disminuyendo la situación de estar subyugado a los planos inferiores y la conquista de maya, del espejismo y de la ilusión se convierte en una posibilidad real. Se elimina gradualmente el lado oscuro de la personalidad —y de nuevo vemos evidencias de la capacidad que tiene el alma humana de construir formas.

Por otra parte, el individuo iluminado no desprecia la naturaleza inferior, compuesta de vidas sensibles que tienen sus propios destinos:

  «… el conjunto de vidas que constituyen las envolturas o cuerpos… son unidades inteligentes que se hallan en el arco involutivo de la evolución, las cuales trabajan para obtener la autoexpresión.» 14

Los vehículos inferiores han servido bien y continuarán sirviendo como el hábitat de la vida que mora dentro. El discípulo siente una nueva reverencia hacia la vida que está en todos los reinos y acepta la responsabilidad de supervisar su redención; la inofensividad se hace instintiva. Al mismo tiempo hay un deseo de purificar los vehículos inferiores y de hacer de ellos formas más perfectas a fin de albergar la conciencia superior.

Con el tiempo, el antahkarana se extiende hasta el primer subplano mental, produciendo continuidad de conciencia a través de todos los siete subplanos mentales. La extensión hasta el primer subplano mental es un desarrollo de gran importancia porque pone en contacto al discípulo con el átomo mental permanente y con la Tríada Espiritual.

La relación con el Ángel Solar

Cuando la llamada del Ángel Solar evoca una respuesta, la personalidad puede mantener un diálogo con el Ángel. Este diálogo puede ocurrir en cualquier momento, pero la meditación facilita mucho para que se lleve a cabo; además, también es probable que el individuo se incline instintivamente hacia algún tipo de práctica meditativa. En el proceso, la creencia y la confianza de la persona en la realidad superior se refuerzan y el alma humana es impelida a un mayor desarrollo. El diálogo con el Ángel Solar no debe ser confundido con las conversaciones que las personas tienen con «guías»; esto puede ocasionar que la persona desemboque en una situación de dependencia y en el abandono de la responsabilidad personal. El Ángel no está interesado por los asuntos de la personalidad, pero puede proporcionar una valiosa orientación en relación con asuntos mayores que tienen que ver con el desarrollo espiritual y con las actividades de servicio.

Tan pronto como el antahkarana alcanza el tercer subplano mental, el alma humana entra en contacto directo con el Ángel Solar, y ambos se juntan en una unión que ha sido definida como un «matrimonio místico». Los relatos de esta unión sagrada se remontan a tiempos muy lejanos en la historia; por ejemplo, el Evangelio Gnóstico de Felipe describe el supremo sacramento de la Cámara Nupcial en la que se unen los aspectos inferior y superior del ser humano. A modo de explicación, se dice que Cristo dijo: «Yo he venido a hacer las cosas de abajo así como son las de arriba; y las cosas de fuera, como las de dentro. He venido a unirlas…» 15 El alma humana acepta al Ángel Solar como su modelo y mentor; y durante muchas vidas pueden funcionar casi como una sola entidad.

El alma humana provee un mecanismo para la continuidad de conciencia de una encarnación a otra, complementando de este modo los escasos datos en los átomos permanentes. Cuando esta continuidad está bien establecida, el alma puede comenzar a aprender del Ángel Solar cómo manejar el desarrollo evolutivo de la entidad huésped. Sin embargo, el alma no puede asumir esta responsabilidad hasta que no logre acceder a los registros kármicos y vislumbrar el Propósito divino. Esta etapa no se alcanza hasta que se complete la construcción del antahkarana y el discípulo se vaya aproximando a la cuarta iniciación.

Mientras tanto, el alma humana puede ser la «cónyuge» del Ángel Solar en el matrimonio místico, pero también ella está sirviendo como aprendiz bajo la supervisión del Ángel; y el éxito aún no está asegurado. Las decisiones pueden ser tomadas en el ámbito de la personalidad, o podría surgir resistencia dentro del alma misma, lo que retardarían el progreso del alma. En un caso extremo de resistencia deliberada, el Ángel Solar podría cortar su vínculo con el alma aprendiz, dejando a ésta vagando por el plano mental como una entidad malvada y autoconsciente. Dado que el vínculo del alma con la Mónada también estaría interrumpido, ella iría perdiendo gradualmente vitalidad; y su desaparición podría ser bastante lenta; consecuentemente, el alma malvada podría vivir durante largo tiempo. Sin embargo, la vida de la Mónada misma se manifestará eventualmente una vez más y «se le ofrecerá un nuevo ciclo de devenir». 16

Pero, si se hacen las elecciones adecuadas y el alma humana responde positivamente a la tutoría del Ángel Solar, el aprendizaje se completará con éxito. Cuando el discípulo llega a la cuarta iniciación, el cometido del Ángel Solar ha terminado finalmente y él se retira para proseguir su propia evolución:

  «Cuando ha llegado el momento de recibir la cuarta iniciación…; cumplida su función, el ángel solar retorna a su propio lugar y las vidas solares buscan su punto de emanación. La vida de la forma asciende triunfalmente al seno de su “Padre en los Cielos”…». 17

El alma humana se aproxima a la plena expresión de su ser y se presenta ante la Mónada como la mediadora entre el Espíritu y la forma —una forma de la naturaleza que, para entonces, se ha convertido en una expresión viviente de Luz, Amor y Poder.

Alma e identidad

El hombre primitivo se identificaba fuertemente con la tribu o el clan, un vestigio del instinto de animal de manada. En las culturas primitivas, la identidad colectiva era —y en las que aún sobreviven es— reforzada por las historias y las artes; y los rituales enfatizaban el patrimonio común y la seguridad mutua contra las amenazas externas. Pero con el tiempo, la conciencia tribal se debilitó y fue reemplazada por un creciente sentido de mismidad, lo que condujo finalmente al individualismo agresivo y autocentrado que ha dado forma a la historia moderna. Este individualismo persistente permitió al hombre desarrollar una segura identidad individual; y hoy la carencia de identidad segura se considera como un estado patológico.

El hombre individualista podría identificarse con el cuerpo físico —o quizá con uno de los otros vehículos inferiores— o, en una etapa posterior de la evolución, con la personalidad que eclipsa a los tres. Pero en cada caso se busca lograr la identidad en la forma; y, dado que los vehículos inferiores y la personalidad son transitorios, la identidad construida sobre esta base precaria está limitada a una sola encarnación. Como se ha señalado anteriormente, la personalidad es la máscara que dice al mundo qué personaje estamos interpretando en el drama de la vida. Cuando el espectáculo acaba, la máscara es descartada y el personaje no es más que un recuerdo.

La emergencia del alma humana ofrece una oportunidad para que esta identidad se expanda aún más. Incluso antes de que el individuo goce de claros recuerdos de vidas previas, los recuerdos inconscientes añaden un rico caudal de experiencias vitales a su sentido de individualidad. Y a medida que el recuerdo va mejorando, «Yo» comienzo a reconocerme a mí mismo, no tan solo como una única personalidad que vivirá durante unas veintenas de años en un periodo de la historia, sino como un mosaico de personalidades que han vivido en diferentes periodos, aportando experiencias a cada una de ellas y extrayendo experiencias de ellas. «Yo» no soy tan solo el personaje de un espectáculo, sino que soy el actor que ha interpretado muchos personajes diferentes en toda una serie de espectáculos. En vista de que nuestros historiales de representaciones son todos diferentes, cada uno de nosotros es único.

A lo largo de la historia, muchos individuos han pasado más allá del individualismo separatista a la conciencia de grupo. Ahora el proceso se está acelerando y la conciencia de grupo se está manifestando en un creciente número de personas. Quizás el individualismo ha acabado su larga carrera, incluso en lo concerniente al aspecto racial, y la conciencia de grupo pronto se convertirá en la norma para la humanidad en su conjunto. Esto permitirá que las almas humanas se desarrollen a gran escala. Sin embargo, no existe conflicto entre la noción de identidad única y la conciencia de grupo. De hecho, es debido a esta naturaleza única de sus componentes que la conciencia de grupo se halla tan alejada de la manada primitiva o de la conciencia tribal. Con la expansión de la conciencia de grupo, la identidad puede escaparse de la prisión separatista, del «Yo». Y así éste se convierte en una célula en ese centro planetario de construcción de formas que llamamos el quinto reino, contribuyendo libre y gozosamente a la Vida colectiva con lo que yo soy y con lo que puedo hacer.

La transferencia de la identidad desde la personalidad hacia el alma humana representa un tremendo salto en importancia y poder: en vez de identificarse con la forma, el individuo puede identificarse con aquello que construye las formas. Ahora «yo» tengo un cierto grado de control sobre mi propia evolución y quizás el poder de realizar cambios significativos en el mundo. Aún queda por dar un paso más. Cuando se establece contacto con la Mónada, la identidad puede expandirse para incluir la vida que mora dentro —de hecho, toda la Vida—. «El discípulo sabe… que él es… la Vida misma.» 18

La transferencia de la identidad al alma humana es un hecho natural; pero, en una fase intermedia, el individuo puede identificarse con el Ángel Solar, a quien El Tibetano lo describe incluso como el «Yo real». 19 Debido a la estrecha relación entre el alma humana y el Ángel, el individuo puede encontrar dificultades para distinguirlos. Pero esta relación termina en la cuarta iniciación y con ella la base de la identidad. En palabras de El Tibetano:

  «Posteriormente llega el terrible “momento en el tiempo”, cuando pendiente en el espacio, descubre que él no es el alma. Entonces, ¿qué es?» 20

En ese momento terrible, el discípulo es forzado a darse cuenta de que ahora él está solo —pero sólo como un alma humana madura, manteniendo el pleno control de la existencia de la forma.

El alma trina

El alma animal, el alma humana y el Ángel Solar forman una triplicidad. Esto trae a la mente el Dios Trino, la trinidad humana compuesta de la personalidad, alma y Mónada, y la «trinidad» esencial que compenetra toda la realidad.

La filosofía y la psicología académicas debaten sobre los elementos de la triplicidad del alma, por ejemplo, que el Ángel Solar y el alma humana pueden ser comparadas con las dos representaciones del alma propuestas por la filosofía clásica. El Ángel Solar se asemeja al arquetipo platónico —eterno, perfecto e inmutable— eclipsando a su copia, la naturaleza inferior, aún imperfecta y en estado de llegar a ser. Platón explica que «el alma… toma parte de la razón y la armonía; y siendo hecha de lo mejor de las naturalezas intelectuales y eternas, es la mejor de las cosas creadas». 21

El alma humana se asemeja al alma aristotélica que sale de la naturaleza inferior, siempre elevándose, pero manteniendo fuertes lazos con sus raíces. Santo Tomás de Aquino, fuertemente influenciado por Aristóteles, afirmó que el alma estaba «relacionada connaturalmente con el cuerpo» y que era incapaz de existir separada del mismo. 22 Las escuelas modernas de filosofía y psicología —con la notable excepción de la psicología transpersonal— dudan en discutir sobre el alma; y cuando llegan a hacerlo, tienden a proyectar sobre ella las características del alma animal.

Estas diversas representaciones del alma, todas tienen sus méritos, pero son representaciones parciales. Con el fin de construir un cuadro completo de la constitución humana, tenemos que tomar en cuenta los tres elementos de la triplicidad del alma, junto a sus interacciones mutuas.

El Tibetano afirma que «“el alma animal”… corresponde realmente al Espíritu Santo en la trinidad microcósmica humana», y añade que este aspecto pone al hombre en contacto con el mundo fenoménico. 23 Es el asiento de las emociones y del psiquismo inferior que compartimos con el reino animal. 24 De modo interesante, El Tibetano nos dice que el dolor y el sufrimiento solo son posibles mientras nos identificamos con el alma animal. 25 El alma animal está anclada en el centro del plexo solar, mientras que el alma humana se halla anclada en el centro de la garganta y el Ángel Solar en el centro de la cabeza. 26

El alma humana emerge como un «principio medio» entre el Ángel Solar y el alma animal; en cierto modo, la emergencia del «alma» proviene, de una manera directa, del descenso del Espíritu en la materia.

  «El alma es el ente perceptor, producido por la unión Padre-Espíritu y Madre-Materia… Es aquello lo que al hombre le hace consciente de su entorno y de su grupo, permitiéndole vivir su vida en los tres mundos de su evolución normal como espectador, perceptor y actor. Finalmente, lo capacita, en su oportunidad, para descubrir que su alma es dual, y una parte de sí mismo responde al alma animal y la otra reconoce a su alma divina.» 27

Sin embargo, el alma humana no es solo el resultado pasivo de la interacción del Espíritu con la materia. Como todas las almas, es el agente constructor de formas que da a la entidad que alberga sus características singulares. A medida que el alma humana va adquiriendo vigor, su poder constructor de formas también aumenta y la entidad humana es impulsada cada vez más rápido hacia su destino.

El alma humana adquiere gradualmente coherencia y permanencia. La coherencia da al alma una forma definida con un grado de autonomía y la capacidad de expresar autoconciencia e identidad. Teniendo en cuenta que el alma humana corresponde, en la triplicidad del alma, al segundo aspecto de la Deidad, es interesante destacar que la coherencia es una cualidad del segundo aspecto. La permanencia permite al alma humana proporcionar continuidad de conciencia e identidad de una encarnación a la siguiente.

Saraydarian sugiere que el alma humana solo adquiere forma definida en la primera iniciación. Él explica: «Es en el momento de la aplicación del Centro de la Iniciación por el Cristo que tiene lugar el nacimiento del alma humana. Esta es la razón por la que la primera iniciación es denominada “el nacimiento”.» 28 En consecuencia, los senderos de aspiración y discipulado se corresponden al periodo de gestación del alma, y la primera iniciación es el acontecimiento crítico en la aparición del alma.

En la cuarta iniciación ocurren dos acontecimientos transcendentales en la evolución de la entidad.
Como se ha señalado, el Ángel Solar se retira; pero también la naturaleza inferior es descartada, y la sensibilidad animal cae debajo del umbral de la conciencia. El Tibetano explica:

  «El ángel solar con quien estaba en contacto, se retira; la forma mediante la cual actuaba (el cuerpo egoico o causal) desaparece y sólo queda el amor-sabiduría y esa voluntad dinámica que es la característica principal del Espíritu. El yo inferior sirvió para los propósitos del Ego y fue descartado; de igual modo el Ego sirvió a los designios de la Mónada y ya no hace falta; el iniciado se ve libre de ambos, plenamente liberado y es capaz de entrar en contacto con la Mónada, así como anteriormente aprendió a entrar en contacto con el Ego.» 29

Como resultado, el alma trina se resuelve en una unidad: la exaltada alma humana. Esta última continúa a desempeñar su función de constructora de formas; pero la forma sirve a un nuevo papel:

  «Entonces [el individuo] construye para sí una forma tal como la desea —una nueva forma que ya no está sujeta a la destrucción, pero suficiente para sus necesidades, y puede ser descartada o utilizada, según lo justifiquen las circunstancias.» 30

A partir de ahí, solo un paso más, la quinta iniciación, queda ante la entidad que ha logrado la meta de la vida en este planeta. Este paso final puede llevar solo unas pocas encarnaciones, quizás solo una.

Observaciones finales

En todos los niveles de la creación, el «alma» fue traída a la existencia por el descenso del Espíritu a la materia y construye formas para expresar su interacción mutua. El alma es «energía atractiva, coherencia, sensibilidad, vivencia, percepción o conciencia…, es la cualidad manifestada por todas las formas.» 31 Tras la individualización, cada miembro de la raza humana fue dotado de un alma humana. Durante largos eones ella existió nada más que como una semilla, esperando germinar y crecer como una entidad autoconsciente y operante; pero, a su debido tiempo el alma humana se despliega como un principio medio entre el superpuesto Ángel Solar y el alma animal vestigial para completar la triplicidad del alma.

El alma humana se desarrolla poco a poco como resultado de dos factores: un desplazamiento de las prioridades del individuo hacia una realidad superior y hacia una conciencia de grupo, y gracias a la guía del Ángel Solar. El alma va estableciendo una estrecha relación con el Ángel Solar, que dura hasta el retiro del Ángel en la cuarta iniciación. La triplicidad del alma se resuelve en una Unidad y el alma humana reina suprema; es un Todo sintetizado sirviendo como el único mediador entre la Mónada y el mundo de las formas.

La autoconciencia está estrechamente vinculada a la identidad: el sentido de la individualidad, o la noción de «quienes somos». A lo largo de la historia, la humanidad ha buscado una base segura para la identidad y ha explorado diversas posibilidades, incluyendo la tribu, el cuerpo físico y la personalidad, pero ninguno de ellos le ha ofrecido una permanencia que la tranquilizara. De manera definitiva, el individuo puede identificarse con la última y duradera expresión de la conciencia humana, a saber, el alma humana. Sin embargo, no es suficiente aceptar el alma humana como un constructo intelectual; también tenemos que experimentarla, abrazarla, convertirnos en ella y vivir su vida.

Hay una tendencia a pensar que la personalidad es mucho más interesante que el alma —que las almas son, de alguna manera, todas parecidas, como pájaros posados sobre un cable aéreo—. Pero nada podría estar más lejos de la verdad; el alma humana refleja la experiencia única de innumerables vidas y las capacidades e intereses logrados en ellas. El alma es una «persona»; pero, en lugar de ocultar quienes somos realmente, ella nos revela en quienes nos hemos convertido. Además, el alma humana está llena de vida: una vida vibrante, inmensamente más rica que la de la existencia de la personalidad. Descubrir que somos ese carácter original y fascinante, es el mayor logro y un gran paso hacia delante en la evolución humana.

Por corresponder al segundo Aspecto de la Deidad, el alma humana no es solo un centro de conciencia, sino también un centro de Amor y Sabiduría, como lo señala El Tibetano:

  «El amor… es el alma de todas las cosas o formas, comenzando por el ánima mundi, hasta llegar a su punto máximo de expresión en el alma humana,...» 32

A medida que el alma humana se desarrolla en más y más individuos, la conciencia Crística se irá anclando cada vez más firme en la estructura del planeta. El efecto colectivo será poderoso y de gran alcance; ello impulsará a gran parte de la humanidad hacia el Reino de las Almas, de los que «la Jerarquía es el núcleo dinámico y viviente».33 Esperamos no la aniquilación de la individualidad o la inmersión en un mar de igualdad, sino la emergencia como magníficas unidades de conciencia, compartiendo y sirviendo alegremente con otras unidades de conciencia, igualmente magníficas, en este mundo de las almas. El quinto reino, utilizando los términos del psicólogo Lewis Mumford, no es una «unidad de supresión», sino una «unidad de inclusión».34 Y a partir de ahí pueden construirse formas cada vez más perfectas para apoyar la continua evolución de la ola de vida humana. Desde el centro que llamamos la raza de los hombres, que se realice, efectivamente, el Plan de Amor y de Luz.

Bibliografía:

1. Tratado sobre Magia Blanca, A. A. B., pág. 49, Ed. Sirio; vers. ingl. pág. 34.
2. Astrología Esotérica, A. A. B., pág. 224, Ed. Lucis; vers ingl. pág. 295.
3. Tratado sobre Magia Blanca, A. A. B., pág. 49, Ed. Sirio; vers. ingl. pág. 35.
4. Tratado sobre Magia Blanca, A. A. B., pág. 48, Ed. Sirio; vers. ingl. pág. 33.
5. La Luz del Alma, A. A. B., pág. 238, Ed. Lucis; vers. ingl. pág. 378.
6. El Ángel Solar, John Nash, The Beacon, Julio-Agosto de 2000.
7. La Luz del Alma, A. A. B., pág. 197, Ed. Lucis; vers. ingl. pág. 306.
8. Tratado sobre Fuego Cósmico, A. A. B., pág. 83, Ed. Lucis; vers. ingl. pág. 69.
9. Care of the Soul, Thomas Moore. Harper, 1992, p. xvi.
10. Mirrors of the Soul, Kahlil Gibran. Philosophical Library, 1965, foreword.
11. Psicología Esotérica, Tomo II, A. A. B., págs. 106-107, Ed. Sirio; vers. ingl. pág. 125.
12. El Discipulado en la Nueva Era, Tomo II, A. A. B., pág. 193, Ed. Sirio; vers. ingl. pág 215.
13. The Solar Angel, Torkum Saraydarian, Saraydarian Institute, 1990, p. 153.
14. La Luz del Alma, A. A. B., pág. 22, Ed. Lucis; vers. ingl. pág. 12.
15. Gospel of Philip, (Transl.: Wesley W. Isenberg)
16. La Luz del Alma, A. A. B., pág. 246, Ed. Lucis; vers. ingl. pág. 391.
17. Iniciación Humana y Solar, A. A. B., pág. 117, Ed. Lucis; vers. ingl. pág. 137.
18. La Luz del Alma, A. A. B., vers. ingl. pág. 12.
19. El Discipulado en la Nueva Era, Tomo I, A. A. B., pág. 362, Ed. Sirio; vers. ingl. pág. 390.
20. Los Rayos y las Iniciaciones, Tomo V, A. A. B., pág. 142, Ed. Sirio; vers. ingl. pág. 107.
21. El Timeo, Platón. (Trad. Benjamin Jowett)
22. De Anima y De Spiritualibus Creatures. Tomás de Aquino. Disputas.
23. La Exteriorización de la Jerarquía, A. A. B., pág. 25, Ed. Sirio; vers. ingl. pág. 8.
24. La Luz del Alma, A. A. B., vers. ingl. págs. 308/378.
25. La Curación Esotérica, Tomo IV, A. A. B., pág. 377, Ed. Sirio; vers. ingl. pág. 346.
26. La Exteriorización de la Jerarquía, A. A. B., pág. 94, Ed. Sirio; vers. ingl. pág. 92.
27. Tratado sobre Magia Blanca, A. A. B., pág. 51, Ed. Sirio; vers. ingl. pág. 37.
28. Torkum Saraydarian, pág. 144.
29. Iniciación Humana y Solar, A. A. B., pág. 102, Ed. Lucis; vers. ingl. pág. 117.
30. Tratado sobre Magia Blanca, A. A. B., págs. 248-9, Ed. Sirio; vers. ingl. pág. 265.
31. Ídem, pág. 48, Ed. Sirio; vers. ingl. pág. 33.
32. Telepatía y el Vehículo Etérico, A. A. B., pág. 115, Ed. Sirio; vers. ingl. pág. 130.
33. El Destino de las Naciones, A. A. B., pág. 87, Ed. Sirio; vers. ingl. pág. 117.
34. The Culture of Cities, Lewis Mumford; Harcourt Brace World, pp. 300-315