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Leonidas Zoudros

El viaje al interior de la consciencia y al mundo del significado implica identificar patrones de pensamiento y observarlos profundamente para llegar a entender la relación oculta entre ellos, y con las causas que residen tras ellos; y este concepto de identificar patrones de relaciones es también de enorme importancia en el terreno de la ciencia pura – física, química, biología, etc. – donde se buscan los patrones en la naturaleza y el mundo que nos rodea y se crean modelos que nos ayudan a entenderlos y explicarlos.

En este último caso, las matemáticas se emplean para construir modelos con símbolos y ecuaciones. Y la llegada de las supercomputadoras que pueden realizar miles de millones de cálculos por segundo ha visto enormes desarrollos en este campo mediante la investigación de dinámicas complejas. Esto culminó en los llamados conjuntos de Mandelbrot en 1980. Las imágenes de los conjuntos de Mandelbrot se crean introduciendo números complejos en una ecuación simple. Cada vez que se introduce un número en la ecuación, de acuerdo a una simple norma, el resultado se elimina o se vuelve a introducir en la ecuación y se repite. Cada uno de los millones de resultados de la ecuación repetida se trata como una imagen coordenada, y los píxeles se colorean dependiendo de la rapidez con la que la secuencia diverge.

El resultado es este:

El término que su descubridor, Benoit Mandelbrot, empleó para describir estas ecuaciones fue “fractal”, de la palabra fracción. La geometría que emerge de ellas se conoce como geometría fractal. Descrito muy brevemente, un fractal es básicamente una “forma geométrica fragmentada o irregular que puede subdividirse en partes, cada una de las cuales es, frecuentemente, una copia reducida de la totalidad, propiedad denominada autosimilitud”. A medida que se va aumentando la resolución de la imagen de Mandelbrot, aparecen imágenes autosimilares, aunque no exactas, de la totalidad.

Siguiendo el ejemplo del conjunto de Mandelbrot, se ha descubierto que ciertos tipos de ecuación producen resultados que, cuando se exponen visualmente, tienen un parecido insólito a formas que se encuentran en la naturaleza.

El término que su descubridor, Benoit Mandelbrot, empleó para describir estas ecuaciones fue “fractal”, de la palabra fracción. La geometría que emerge de ellas se conoce como geometría fractal. Descrito muy brevemente, un fractal es básicamente una “forma geométrica fragmentada o irregular que puede subdividirse en partes, cada una de las cuales es, frecuentemente, una copia reducida de la totalidad, propiedad denominada autosimilitud”. A medida que se va aumentando la resolución de la imagen de Mandelbrot, aparecen imágenes autosimilares, aunque no exactas, de la totalidad.

Siguiendo el ejemplo del conjunto de Mandelbrot, se ha descubierto que ciertos tipos de ecuación producen resultados que, cuando se exponen visualmente, tienen un parecido insólito a formas que se encuentran en la naturaleza.

Si esta magnífica forma bidimensional surge de trazar el comportamiento de un número infinito de puntos a medida que resbalan de una dimensión a la siguiente, entonces ¿qué significa esto en el caso de esta forma tridimensional?

¿No es posible que, cuando observamos el mundo que nos rodea, estemos viendo objetos que emergen a nuestra realidad tridimensional mundana desde alguna otra realidad (más elevada) o interdimensional?

Los últimos cien años, y especialmente las últimas tres décadas, han presenciado la aparición de un buen número de teorías de científicos altamente cualificados que, a través de métodos y experimentos rigurosamente científicos, parecen converger hacia un modelo de lo que llamamos mundo físico bastante distinto del modelo Newtoniano, rígido y mecanicista, que había prevalecido durante siglos.

One of the discoveries with the most far–reaching repercussions is related to what is known in quantum mechanics as the “vacuum state”. This vacuum is not empty – it is a field of infinite energy out of which fleeting electromagnetic waves and particles pop in and out of existence. Waves in this field are much like the ripples on a pond, only the pond in this case is the entire universe.

Uno de los descubrimientos con repercusiones de mayor alcance está relacionado con lo que se conoce, en mecánica cuántica, como el “estado de vacío”. Este vacío no está verdaderamente vacío –es un campo de energía infinita en el que ondas electromagnéticas y partículas efímeras entran y salen de la existencia. Las ondas en este campo se parecen mucho a las que surgen en los estanques, solo que en este caso el estanque sería todo el universo.

Una de las innumerables consecuencias a tener en cuenta sobre la naturaleza ondulatoria de este estado de vacío es el hecho de que las ondas codifican y transportan información. Cualquier encuentro entre ondas resulta en patrones de interferencia, que pueden considerarse como una acumulación constante de información, con una capacidad virtualmente infinita para el almacenamiento. Esto significa que, en teoría, este estado de vacío es esencialmente una matriz en blanco en la que podrían inscribirse patrones coherentes, posiblemente justificando las partículas coherentes y las estructuras de campo. Es más, a un nivel meta-físico, ello implicaría que cualquier cosa que haya sucedido quedaría impresa en él mediante esta codificación de la interferencia de ondas.

Las referencias a, y asociaciones con, el concepto de patrones el la teoría del campo del punto cero son obvias, y se prestan como bases para resolver cuestiones obstinadamente persistentes como, “¿Cómo saben las células humanas cómo formar un bebé?” Rupert Sheldrake, un biólogo británico, formuló una hipótesis de formación causativa, basada en el concepto de los campos mórficos. Su teoría asegura que las formas de seres vivos auto-organizadores, desde las moléculas a las sociedades a las galaxias, están moldeados por estos campos. Según Sheldrake, los campos mórficos poseen una resonancia que reverbera a través de las generaciones con una memoria inherente y acumulativa de estado y forma, así como de comportamiento. Todas las conquistas en términos de conocimiento son entonces “transmitidas”, o están disponibles para cada generación subsiguiente, o iteración.

En esta misma línea, una teoría colectiva de los científicos Pribram, Yasue, Hamerhoff y Hagan, propone que el cerebro de los organismos vivos no es un medio para el almacenamiento, sino un mecanismo de recepción en todos los sentidos, siendo la memoria un pariente lejano de la percepción común. El cerebro recupera información ‘antigua’ de la misma manera que procesa la información ‘nueva’ – mediante la transformación holográfica de patrones de interferencia de ondas.

Para poder recuperar la información de un campo electromagnético basado en la transformación holográfica, es necesario un buen receptor –una antena orgánica de algún tipo. En la teoría conjunta de Pribram, Yasue, Hamerhoff y Hagan, la contraparte física de la antena fractal en el cuerpo humano se encuentra dentro de las neuronas cerebrales, en lo que se conoce como microtúbulos y las membranas de las dendritas, siendo éstas, evidentemente, fractales en su geometría.

Por tanto los patrones fractales, junto con las últimas teorías de campo, están empezando a sintetizar la imagen de un universo que es mucho más coherente e interconectado de lo que solía pensarse, al menos por parte de la ciencia formal.

Esta imagen se completa aún más, abriendo la imaginación a un territorio de infinitas posibilidades, cuando consideramos un simple hecho: que la interacción es, por definición, un proceso de dos vías. Que es imposible que un ser vivo está presente sin afectar a su entorno, aunque no sea más que por el hecho de estar presente. Niels Bohr, uno de los padres fundadores de la física cuántica, y Werner Heisenberg, observaron que un electrón existe como onda de probabilidad, hasta el momento en que alguien lo observa, momento en el cual se congela en un estado específico. Una vez que la observación finaliza, regresa al “eter de las posibilidades”. De esto, y del inmenso volumen de información obtenido recientemente en experimentos científicos, como los ejecutados por Robert Jahn y Brenda Dunne en Princeton, la potencia de los efectos de la consciencia y el pensamiento humano sobre el medioambiente se está haciendo aparente. Jahn y Dunne observaron dos factores significativos. Primero, vieron una correlación definida entre el nivel y la cualidad del vínculo entre dos personas y la potencia de su pensamiento, mostrándose en las parejas cuya relación era armónica una potencia seis veces más alta que la de una persona sola. El segundo factor estaba relacionado con las frecuencias cerebrales de los sujetos humanos en el momento del experimento, cuya efectividad que se elevaba agudamente cuando el cerebro operaba en frecuencias normalmente asociadas con la meditación.

Lo que probablemente define un pensamiento más que ninguna otra cosa, y lo distingue de otros procesos mentales, es que es una construcción hecha de conceptos. Por ejemplo, un niño pequeño se encuentra con el pomo de una puerta varias veces hasta que su patrón –su forma, su utilidad, su operación– queda identificada y el concepto del pomo queda arraigado en su consciencia. El poder del concepto, un patrón mental, para persistir en la realidad física se acumula con cada iteración, cada impresión de ese concepto. Un pensamiento es, entonces, un ensamblaje de conceptos existentes, un modelo mental de una fracción específica de la realidad –lo que habitualmente denominamos forma mental.

Dadas las condiciones adecuadas, muchas formas mentales acaban por materializarse. Sin embargo, que la forma mental alcance y mantenga suficiente coherencia como para que esto suceda depende de muchos factores. El énfasis en el trabajo grupal, frecuentemente mencionado en las enseñanzas de Alice Bailey, es un factor indiscutible, así como el nivel de coherencia y unión del grupo –ambos respaldados ahora por descubrimientos científicos. El nivel de coherencia de la construcción mental en sí es otro factor crucial, de nuevo un tema recurrente en las enseñanzas, donde se considera que la concentración y la meditación son de una importancia fundamental.

Para que la energía siga y se amolde al pensamiento de manera que llegue a alcanzar cierta relevancia, el pensamiento debe ser potente y coherente. La potencia es acumulativa, y también es función de la congruencia, o alineamiento. La coherencia es función de la claridad mental y la integración de la personalidad. Así como se aprende un idioma, o a tocar un instrumento musical, empezando con una sola palabra, o nota, y después añadiendo una segunda y una tercera, encadenando y combinando cada fracción adicional de conocimiento con las palabras y notas ya asimiladas; de la misma manera los conceptos y por lo tanto los pensamientos, tanto a nivel individual como al grupal y colectivo, se ramifican, añadiendo cada uno más amplitud y complejidad, pero también una percepción de, y una estructuración de acuerdo a, el cuerpo total de conocimiento. En este sentido, no sólo el proceso, sino también el cuerpo de conocimiento, o la consciencia misma, sigue un patrón fractal.

Imaginemos que aceleramos el tiempo hasta que el ciclo de vida humana medio de 80 años tiene lugar en aproximadamente un segundo. A esa velocidad, presenciaríamos la vida –humana, vegetal, animal– tomar forma de la vida que la precedía, florecer, marchitarse y desaparecer, de forma muy similar a una ola, entrando y saliendo, formándose y disolviéndose. Cada forma brota como una rama de la forma precedente, como un fractal abarcando la totalidad del tiempo, cada iteración añadiendo un elemento más a un patrón de expresión ilimitado e infinito.

Podemos elegir vernos en el patrón divino, y ver el patrón divino en nosotros. Podemos crecer de la rama que nos da esta vida hacia la luz, para que más ramas nos sigan, y ser parte del plan divino y del orden divino en toda su gloria.

(El texto completo en inglés de la presentación del Sr. Zoudros puede obtenerse en la dirección al final del boletín)

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